Mirando hacia atrás en mi vida puedo ver cómo fui miserable durante tanto tiempo, cómo mi crianza me afectó tanto que dejó una profunda grieta en mi vida. Pasé muchos años de mi vida culpando a mi padre, a mi madre, a la vida, a Dios, a todos los que me rodeaban por mi desgracia y por todo lo que tuve que soportar, no tuve una vida fácil, en cambio la mía estuvo llena de situaciones horribles, desde violencia a drogas pasando por profundas cicatrices psicológicas que han durado para siempre.
Por supuesto, mis circunstancias guiaron la forma en que mi comportamiento sería medido, eso significa, que yo era una víctima y dejé que mis circunstancias me empoderaran para convertirme en un pobre-yo, había dejado que mi miseria tomara el control y dictara el camino a seguir, lo seguí durante mucho mucho tiempo, esperando que algo viniera y me salvara, que mi camino milagrosamente cambiara para mejor sin ningún sentido de responsabilidad o rendición de cuentas, tenía derecho a mi retribución, alguien o algo tenía que pagar por lo que la vida me hizo pasar.
Poco sabía yo que mi vida estaba basada en mis emociones, en mi negatividad, la que yo había elegido para construir mi vida y girar en torno a ella, estaba amargada, estaba llena de resentimiento, no era capaz de dejar ir, de seguir adelante, de cambiar mis situaciones, y mucho menos de ver las cosas buenas que pasaban, pues estaban ahí, reales, tangibles, eran como una llovizna en mi cara, la reacción de tu cara puede ser de incomodidad, pero luego poco a poco empiezas a sentir una especie de alivio y calma que te permite disfrutar del resto de la lluvia.
Tardé mucho tiempo en darme cuenta de que vivía en la miseria porque yo lo elegía, no porque alguien o algo me hubiera obligado, poco a poco algo empezó a despertarme un sentido de pertenencia, empecé a entender que tales sensaciones, sentimientos, ideas, comportamientos eran los que me tenían atrapada, de mí dependía elegir si seguir cayendo más en el pozo de la miseria o volver a ponerme en pie y enfrentarme a la vida de una vez por todas.

Ha sido un viaje muy largo, duro, difícil, con mucho dolor, incomodidad, pero una vez que me di cuenta de que era sólo yo el responsable de mi propia alegría, paz, felicidad y crecimiento, la vida ha dado un giro a mejor, ¿fácil? Claro que no, ¡difícil! Pero gratificante, he aprendido a identificar lo que me molesta, lo que me inquieta, lo que me lleva al límite, esas emociones que antes gobernaban mi mundo, he aprendido no sólo a verlas, identificarlas, señalarlas, sino a hacer una pausa, a pensar en la causa de eso que me molesta, me pregunto si hay algo que pueda hacer para cambiarlo, pienso detenidamente en la verdadera razón, y en las posibles soluciones. Asumo la responsabilidad de cualquier acción que pueda tomar para cambiar mi presente y voy a por ello, si está fuera de mi control, o de mi influencia entonces lo dejo ir, de nuevo, no es fácil, a veces llego a rumiar el mismo pensamiento, pero cada vez que me encuentro haciéndolo, hago un esfuerzo consciente para cambiarlo por una idea "provechosa" y puedo dejar de perder mi tiempo y energía en cosas que no puedo' y nunca controlaré.
Mi aprendizaje se basa en identificar mis emociones, gestionar qué y por qué me hacen sentir sobre las cosas, descartar lo que no está específicamente bajo mi círculo de influencia o acción, he aprendido a dejar ir el pasado, a superar el pensamiento de derecho, ¡nadie me debe una mierda! Ni la vida, ni mi familia, he adquirido la responsabilidad de mis acciones y su consecuencia, y lo más importante he hecho las paces con mi pasado, está donde se supone que debe estar, se ha ido y no hay absolutamente nada que pueda hacer ni para cambiarlo ni para impactarlo. Me centro en el hoy, en mis acciones, en las cosas con las que puedo lidiar, odio la palabra CONTROL, pero ¡sí! Sólo puedo poner lo mejor de mí en aquellas cosas que están bajo mi control, aprendí a ver el lado bueno de la vida, siempre hay un lado positivo, sólo hace falta valor para verlo, y ¡sí! ¡Debo decir que tengo una vida maravillosa!
